"Tal un negro ciprés, ahumada tea o cuervo en vertical, la vieja permaneció allí plantada un buen rato. Estaba descalza y sus pies secos y arenosos, delgados y fuertes, parecían agarrarse al piso. También sus manos quedaban descubiertads y eran como garras de milano, garras amarillosas, largas y surcadas de arrugas. Pero en la parte alta de aquel árbol requemado, algo surgía incandescente aún; algo una brasa encendida surgía de aquellos ojos negros, árabes, jóvenes y hermosos. ¿Fuego? - me preguntaba yo mismo - . ¿Qué clase de fuego? ¿Acaso la ira? Contemplando aquellas ascuas fijas y resplandecientes pensé en un rostro terso y blanco y unos labios carnosos y sensuales de leves rosas, dulces y tibios como las uvas de volcán. Años atrás, desde luego. Antes que el mismo viento pasara huracanado sobre la arcilla y dejara el paisaje convertido en un erial desamparado y rugoso, antes que los ojos se conviertiesen en pavesas de rabia, cuando el fuego surgía de la montaña y encendía la isla toda y los hombres salían de sus casas y atrevesaban la noche pretendiendo carbonizarse en la extraordinaria ardentía."