"Bajo la torre de la iglesia, en la plaza del pueblo, muchas veces vi sentado al viejo, resecando sus adrajos al sol. A la vera de él siempre estaba aquel muchacho, canijo y pálido, con cara de hambre, con ojos grandes y negros, de mirar doloroso, que más tarde supe que era su hijo. Al ciego le servía de lazarillo en sus andanzas por los caminos de pueblo en pueblo, en todos los caseríos del interior de Lanzarote. (.) Sabía que le llamaban Martín, porque en mi casa, corteses con los pobres, se les daba limosna y respetuoso trato. Pero, a los muchachos, mis compañeros de escuela, cuando lo burlaban o perseguían, siempre los oí llamar La Lapa."